El proceso democrático de Afganistán no sólo sangra, sino que está herido de muerte. La humanidad acudió a liberar de la lacra de los Talibán a una pobre gente de la que desde hacía años llevábamos viendo imágenes de lapidaciones y burkas. Pero sólo se arrasó lo poco que había en pié del país tras los atentados del 11-S. Hasta aquí, todo cierto.
En el año 2001, Afanistán era uno de los principales exportadores de opio del mundo con 8.000 hectáreas de plantaciones de adormidera. Este año, la superficie ya está en las 165.000 hectáreas y Afganistán encabeza la lista con el 92% de la producción mundial de opio. Hasta aquí, sigue siendo todo cierto.
A todo esto, habría que añadir que durante el régimen Talibán el precio los fertilizantes y el gasoil era mucho más bajo.
Pero podemos dar una vuelta de tuerca más, si recogemos aquí noticias en las que se dice que el mismísimo responsable del Gobierno afgano de coordinar la erradicación del opio es sospechoso de ser uno de los principales traficantes de droga del país. Pero la comunidad internacional dice que no puede actuar en base a rumores, pese a las denuncias de varias organizaciones.
Es curioso, que estos rumores no sean suficiente para tomar cartas en el asunto, mientras un rumor de que un dirigente de Al Qaeda está en cierta colina puede propiciar que se bombardee indiscriminadamente la celebración de una boda. Se asesina a 50 personas y se dice que ha sido un error de cálculo. Se arrasa Irak porque existe el rumor de que Sadam Hussein colabora con Al Qaeda (rotundamente falso, más si cabe cuando Sadam Hussein estaba abiertamente en contra del integrismo religioso y los chiíes).
Sin ánimo de caer en las malas palabras, no me queda más que decir que la solución "os vamos a meter la democracia A OSTIAS", no es la más adecuada.
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