Me paro a pensar en nuestra historia democrática y en los Presidentes del Gobierno que hemos disfrutado o padecido, pocas veces recuerdo palabras pronunciadas por ex-presidentes. Recuerdo al gran Adolfo Suárez poniendo cordura. A Calvo Sotelo anteponiendo los “de ahora” a los “de antes”. Alguna que otra salida de tono de Felipe González... Ni siquiera los dirigentes del franquismo nos molestan. Y ESO SE AGRADECE.
Porque la política es algo tan cambiante que si dirigentes del pasado nos contaminan podemos no solo acabar aborreciendo a los de ahora, sino destestando también nuestro pasado político. Hasta ahora vivíamos con la sensación de poder decir, cada uno a su manera, aquello tan manido de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Tanto unos como otros.
Pero hace ya tiempo que un dirigente del pasado se dedica a agarrarse a la oponión pública como una sanguijuela deseosa de sangre fresca. Va y viene. Molesta... se mete debajo de la alfombra... vuelve a molestar...
Personalmente me resulta bochornoso que un ex-dirigente se dirija a la opinión pública y pretenda darle lecciones de “saber estar”. No me gusta que me digan lo que es correcto o incorrecto. O que se critique a la Administración Pública en una reunión de bodegueros, tratando de hacer gracias acerca de lo mucho y bien que un señor sabe beber cuando conduce. Pero oye... cada cual con su idea de la seguridad vial.
Lo que ya no es que me disguste, sino que me parece una absoluta falta de decencia es dirigirse a los lectores de una publicación como Vanity Fair y lanzar al aire una crítica a la ciudadanía norteamericana de tal calibre que yo propondría desde ya a José María Aznar (por si quedaban dudas del personaje en cuestión) como número uno en la lista de personas non gratas en los Estados Unidos. Contemplo incrédulo cómo este insigne ex-presidente, al que se le intenta tildar como el mejor presidente que ha habido y, por supuesto, jamás habrá en la historia de España, tacha las elecciones americanas como un exotismo histórico. Pobres americanos. Han tenido que pasar 230 años para que un señor de bigote, inspector de Hacienda salido de Valladolid les abra los ojos por haber puesto un negrito en la casa blanca. Un exotismo, como quien se compra un abrigo transgresor con los cánones de la moda o se tiñe el pelo de colores. Pobrecitos americanos que delegan su futuro a un negrito que no sólo les va a decepcionar, sino que va a ser un absoluto desastre económico.
Y yo me paro a pensar... entonces ¿quién es el estadista que el americano y el ciudadano del mundo de hoy necesita? La respuesta de este señor es clara y concisa. Los designios del mundo y por supuesto de 300 millones de americanos deberían seguir en manos de George W. Bush.
Es decir, según nuestro insigne analista político, los lectores de Vanity Fair deben de saber antes de irse a la cama o limpiarse tras una deposición amenizada con una lectura de tal calibre que la sociedad americana caerá en un desastre económico con Barak Obama. Átense los machos, ya que los tiempos de bonanza económica de George W. Bush, en los que el sistema financiero se tambalea, se superan todos los registros de destrucción de empleo, se contravienen todos los cánones del liberalismo económico mediante la intervención pública de empresas y de bancos, se descubren estafas récord de ex-dirigentes de índices bursátiles... toda esta panacea de la economía capitalista puede derivar en un desastre económico porque los americanos han confiado su futuro a un negrito.
Es el exotismo por el exotismo. Hay quien se deja el pelo largo a los 50 años... y quien pone a un afro en la Casa Blanca.
Cállese, Señor Aznar. CÁ-LLE-SE.
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