Hemos recibido la visita del presidente ruso, Vladimir Putin, la pasada semana. Todo un acto en sí... pero también una patética muestra de las ganas de sacar los viejos trajes de gala del armario. A Putin se le ofreció una recepción oficial, una reunión con el Rey, otra con Zapatero y una cena de gala que me pareció una vuelta a la Francia de Luís XIV.
Allí vimos a nuestra alta sociedad vestida con trajes sacados de la paupérrima embajada rusa de Madrid. Una cena de gala a la que sólo le faltó un vals, bailarines cosacos rusos haciendo su tradicional baile "saponoshi" y cuatro diplomáticos con la nariz roja y apestando a vodka (aunque estos últimos seguro que estaban invitados a la cena).
Y es que la política internacional, la diplomacia... cada vez tiene menos sentido. Vivimos en un mundo en el que se pueden hacer reuniones mediante las nuevas tecnologías (y hasta juicios orales) sin tener que asistir a una penosa muestra del espíritu de los zares y los reyes europeos de hace siglos.
La verdad, si Putin hubiese venido a España para esa cena, me hubiese bastado. Pero que este señor venga a España a hablarme de cooperación antiterrorista, lucha contra el tráfico de drogas y las mafias... ME DA LA RISA. Un presidente que se dedica a suprimir medios de comunicación que le critican, al que conocemos por su "destreza" para solucionar actos terroristas en teatros y en colegios repletos de niños, que no ve a Hamas como un grupo terrorista, que no sabe nada de mafias operantes en su país... se queda en eso, en un presidente de vuelta a los tiempos del Zar Alejandro y a los videos de propaganda electoral practicando kárate.
Entre un Boris Yeltsin con la nariz roja, cantando y bailando el "saponoshi" y este hijo de Putin, me quedo con el primero. Al menos Boris no sería capaz de darle al botón rojo.
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