A falta de argumentos, Rajoy se queja de que no puede hablar tanto como el Presidente del Gobierno. Se queja de que no tiene el mismo tiempo, que en 5 minutos no puede contrarrestar los 30 minutos de los que goza el Presidente.
Vamos a ver, Sr. Rajoy, léase el reglamento de funcionamiento del Parlamento. Porque cuando era José María Aznar el que hablaba 30 minutos, no se le veía a usted desde su escaño reclamar la injusticia de que Zapatero no podía hablar más de 5 minutos.
Esas frases magnánimas, cargadas de fuerza y de miradas de indignación, buscan su particular titular, su primera plana. Buscan dejar al Gobierno como un cercenador de la palabra a la oposición. "Así no se puede ni se podrá hacer nunca un debate sobre el Estado de la Nación", esa es su última frase. Me resulta curioso. Así se han realizado TODOS los debates sobre el Estado de la Nación hasta ahora. Si usted tuvo en este 5 minutos, también los tuvo Zapatero durante la presidencia de José María Aznar, de modo que ESPABILE. Es más, el PSOE ha cambiado diversos aspectos del reglamento parlamentario para que la oposición pudiese intervenir más.
Aprovecha usted el final del debate, para lanzar al aire todas las preguntas que no ha realizado durante sus anteriores intervenciones, argumentando que el Presidente no se las ha respondido. Gran político, sí señor.
Y termino. Siguen ustedes utilizando a diputados para cortar las intervenciones del resto de fuerzas políticas. Afortunadamente sin caer en la fantasmada de Martínez-Pujalte.
Y lo peor de todo. ZAPLANA, DESPUÉS DE LA INTERVENCIÓN DE ZAPATERO PIDE LA PALABRA. Empieza nombrando un artículo del Reglamento parlamentario, para retrotraerse al pasado en base a una alusiones del Presidente del Gobierno, argumentando que falta a la verdad. Zaplana ya tiene su intervención, ya tiene también su minuto de gloria y seguramente cabida en la web del Partido Popular y de FAES.
La respuesta de Marín, evidentemente, refleja los cambios que se han hecho desde la llegada al Gobierno del PSOE. Curiosamente, Zaplana deja ya su cara de arrogancia permanente y desde su escaño ni mira a Manuel Marín, ni a ninguna parte, se limita a asentir. Después, tras las explicaciones de Marín, en medio del típico alboroto del hemiciclo, dialoga con un Acebes que ni le mira. Me quito el sombrero nuevamente ante usted, Don Eduardo, ¡QUE EMPERADOR HA PERDIDO ROMA!
Hay una sensacional crónica en EL MUNDO. No se la pierdan, se puede leer aquí.
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